Desgraciado «indio», echó a perder al prieto.

Por: Ramón Luna Meléndez

Ya habían pasado varios días desde que Fulano y Catalino Luna se encontraron en Parral y Fulano le dijo —necesito un buen caballo, que sea movido y bueno para andar en la sierra. Catalino le dijo. —Oiga, pues yo tengo ahí uno muy bueno, a lo mejor lo conoce, ese caballo era de Maclovio, es uno prieto muy garboso para andar. —Pues, creo que si lo conozco oiga. —Contestó Fulano. —Ahí llego a Saltillo de pasada para que hagamos trato. Así quedó la cosa, por lo pronto.

Octaviano iba a matar marrano y nos había invitado para ayudarle, dijo que ya tenía bien filoso a San Rogelio y que el marrano también ya estaba de acuerdo en que lo hicieran chicharrones, por eso cuando yo llegué a casa del tío Octaviano ya habían avanzado con los preparativos, tenían agua calentando y habían puesto la mesa para desollar el puerco. Les comenté que acababa de ver un grupo de cuatro gentes afuera de la casa del tío Catalino y que seguramente iban por alguna caballada, porque los vi bien equipados con reatas de lazar y estaban ajustando muy bien sus monturas. —Ah sí, —Me contestó Octaviano. —Van a La Garita por un caballo “prieto” que le vendió a Fulano. Yo sabía que el tío Catalino había comprado hacia un poco ese caballo y también sabía que era un caballo manso, porque había escuchado al propio tío comentarlo en varias ocasiones, por eso le comenté a Octaviano que era mucha gente para ir a traer al “prieto”. —¡No qué vá! Van a batallar para agarrarlo y eso que trae arrastrando una cadena: —Contestó burlón el tío Octaviano.

Ya por la tarde habían salido los chicharrones y las carnitas y vi que pasaron los vaqueros con el caballo prieto, yo salí a la calle a ver la faena, porque el corral del tío Catalino estaba a unos metros de ahí y vi como aquel caballo bufaba y no se dejaba meter al corral, Junto conmigo salió un “indio” que había llegado diciendo que venía buscando a Catalino, porque lo mandó Fulano a llevarse un caballo. Me dijo el “indio” —¿a poco ese es el caballo que me voy a llevar? —Yo creo que si —le contesté y el “indio” se quedó muy serio y le daba una risita nerviosa.

Nos acercamos al corral y yo le dije al tío Catalino. —Este señor, dice que viene de parte de Fulano para llevarse el caballo. —Ah, qué bueno que llegaste. —Le dijo el tío Catalino, ahora ya es un poco tarde y se te va a hacer noche luego, luego. —Continuó diciendo. —Pero en la mañana temprano ya te lo voy a tener ensillado y listo. El “indio no perdía la risita nerviosa, pero al fin se animó a hablar. —Yo creo que no me puede llevar el caballo. —Cómo que no, si te lleva. —Le dijo el tío. —Yo creo que me tumba. —Contesto el “indio”, no se ve mansito el caballo. —Es muy mansito. —Le dijo el tío Catalino. —Verás mañana que buen caballito te vas a llevar. Y el “indio” soltaba su risita. —Vamos a comer unos chicharroncitos con frijoles y luego te digo donde vas a dormir. —Le comentó el tío Catalino y se lo llevó para la casa, yo creo que para que no se lo pusiéramos más nervioso allá con Octaviano.

Aquí he de o hacer un paréntesis para aclarar que allá en el bajo, como le decimos a aquellas rancherías, donde tiene lugar esta historia, nos referimos a que es “indio” una persona, cuando pertenece a algunas de las etnias de la región, como son los Tepehuanes, o Tarahumaras, pero lo hacemos sólo a manera de distinción y siempre con respeto.

En la mañana, picado por la curiosidad, me fui muy temprano a casa del tío Catalino a ver en qué quedaba el asunto del caballo prieto, porque a mí tampoco me pareció tan tranquilo como había dicho el tío. El caballo ya tenía puesta la montura, pero el problema era que el “indio” no se quería subir por más que le aseguraba que el caballo era un alma de Dios. Al verme llegar, mi tío Catalino me dijo. —Venga “Güero”, súbase usted al caballo, para que este señor vea que no hay por qué tenerle miedo. Yo por supuesto que me rehusé poniendo como pretexto que andaba lastimado de un pie y hasta empecé a cojear un poco. El tío Catalino paseaba al caballo y le ajustaba la montura, como con ganas de subirse él, pero luego lo veía nervioso y que bufaba como venado acorralado y mejor le daba otra paseada y otra ajustada a la montura, mientras seguía animando al “indio” para que subiera. —Mira. —Le dijo. —Yo te lo agarro de la soga y no lo suelto hasta que te sientas seguro en el animal. Al fin el “indio” sintió como que se estaba viendo muy cobarde y accedió a montar el caballo mientras el tío lo mantenía bien agarrado de la soga, lo anduvo paseando por el corral, hasta que el “indio” se convenció que no había nada que temer, al parecer el caballo si era escandaloso, pero “buena gente”, le abrimos la puerta del corral y se fue. Lo vimos a lo lejos bajar el segundo arroyo, el que le nombran el arroyo del “Maiz”, luego alcanzamos a ver una pequeña nube de polvo que emergió del arroyo, y finalmente apareció el “indio a pie y tirando por el cabresto al caballo y así le siguió, quizá todo el largo camino que le esperaba por la sierra.

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