El ataque de las abejas: homenaje a Julio Vargas Villalobos.

Por: Rosa Aguirre Luna, Salvador Ramírez, Alfredo Corral Luna, Gerardo Corral Salazar, Coral Alejandra Corral Salazar, Alfonso Corral Luna y Gerardo Corral Luna.

Corre el mes de julio y también corre la idea de Julio Vargas Villalobos, de reunir a todas las familias emparentadas entre sí y originarias de la misma región. A decir verdad la primera reunión tuvo lugar durante los días 11, 12 y 13 de agosto de 2006, aunque la intención de Julio Vargas fue la de reunirnos en el mes de julio, finalmente en todos los ajustes en razón de los participantes la fecha quedó para el mes de agosto, algunos llegaron el viernes 11, otros llegamos el sábado 12 y al final salimos todos con nuestro domingo trece, gracias al ataque de las abejas.

Nos reunimos quizá unas 200 personas. En aquel grupo se prepara una carne asada, allá están revolviendo el caso de las carnitas, los chicharrones ya salieron y quedaron en su punto; aquellos trajeron asado de puerco y más allá ya casi está lista la discada de carne. Las hieleras no tienen fronteras y tomas refrescos y cervezas de la que más te acomode o te guste. El conjunto norteño toca sin parar desde temprano y los bailadores no se hacen del rogar. Los pequeños son un enjambre que zumba por doquier y los jóvenes prefieren no mezclarse ni con los adultos ni con los pequeños y se arremolinan en las afueras de la granja.

En esta primera reunión que ahora narramos y las siguientes, gracias a la hospitalidad y organización de Julio Vargas, pasamos momentos de convivencia y alegría entre familiares que hacía mucho tiempo no veíamos y otros que ni siquiera conocíamos.

Julio Vargas, no solo fue un buen anfitrión y organizador de reuniones, su visión y objetivo siempre estuvo puesta en juntar a las familias dispersas para que se reencontraran, que las nuevas generaciones se conocieran. Julio no sólo juntó familias, sino que él siempre estuvo presente en las reuniones de los demás, sin importar distancias, lo mismo estaba en un festejo de aniversario, que en un funeral y siempre dispuesto a ayudar, por eso, como bien comenta Chava Ramírez, -esposo de Graciela Luna-, Fueron experiencias muy emotivas, ojalá le hubiéramos hecho un reconocimiento en vida, por esa bonita labor de reunir a familiares.

En la primera convocatoria Julio andaba de suerte, ya que se dio el incidente del ataque de las abejas, lo que contribuyó a darle mayor realce al evento, todo el mundo comentaba tiempo después su experiencia, lo que contribuyó a la mayor asistencia en las siguientes reuniones. Aún hoy se comenta con emoción aquella experiencia, por lo que en los siguientes renglones, con la contribución de varios, narraremos el famoso ataque de las abejas.

El ataque de las abejas.

Entraron corriendo a la granja como almas despavoridas, Fernando Barraza Corral y Erick Moya, se los encontró en la entrada Alfredo Corral y les grita −Ahora que se traen cabrones. –en eso se fijó que los perseguía una nube de abejas. Las abejas de pronto notaron que los enemigos no sólo eran dos como al principio creían, no, dentro había un ejército de humanos y decidieron atacar a todos, para lo que la Coronel abeja al mando ordenó a un batallón completo atacar al grupo que parecía más peligroso, al que hacía más ruido, en especial al que traía un enorme tubo enredado, fue así como el primer ataque se desprendió hacia el grupo musical, al resto del regimiento se le ordenó atacar a discreción.

Los músicos aguantaron estoicos el ataque y siguieron tocando, mientras la gente corría tratando de protegerse del ataque de las abejas. Algunos se las espantaban con cartones chamarras y lo que encontraban, en tanto que los músicos tocaban a ritmo de polka mientras las abejas les clavaban sin piedad sus lancetas y ellos aguantaban imperturbables, apenas si perdían una que otra nota mientras se retorcían del dolor. Bueno, esto no fue así, pero comenta Gerardo Corral Jr. Que hubiera sido bonito que, como en la película del Titánic tocaran en medio del caos y fuera cayendo de uno en uno en choque anafiláctico. Coral Alejandra, hermana del Junior, coincide con él en el sentido de que hubiera sido un gesto heroico por parte de los músicos si siguieran tocando a pesar de la picotiza.

Mi papá, Alberto, Gerardo, mi hija Yara y yo –continúa Coral su relato−, nos refugiamos en el terreno contiguo a la granja, después de que por fin mi papá se decidió a dejar su preciada cerveza, de la que ya él mismo les contará –luego continúa diciendo− desde nuestro refugio yo veía a los músicos correr y tirarse al suelo y se revolcaban en la tierra, luego se levantaban para seguir corriendo, dejando abandonados los instrumentos. Alfredo Corral coincide con el relato de Coral y comenta que el músico de la tuba se retorcía en la tierra, en parte por los piquetes y también porque no se podía zafar del instrumento. Cuando por fin logró desprenderse de la tuba, corrió a refugiarse a la camioneta del grupo, donde ya algunos se sus compañeros se encontraban.

Aquello era la locura –dice Alfonso Corral Luna−, las abejas se nos enredaban por todos lados burlando nuestra defensa de sombrerazos, entonces mi compadre Leo, que vive en Delicias, empezó a prender y repartir cigarros para todos a fin de alejarlas con el humo, pero luego el grupo de fumadores se tuvo que dispersar porque la estrategia no funcionó del todo. Mi compadre, Poncho, mi hijo y yo corrimos a refugiarnos en mi troca pickup –continúa narrando Alfonso−, mi compadre le gritaba a mi hijo córrele cabrón apúrate con las llaves, pero a mi hijo es al que con más ganas atacaban las abejas y se le escaparon las llaves de la troca de las manos, entonces mi compadre desesperado se tiró de clavado sobre las llaves, abrió la puerta y los tres nos trepamos casi al mismo tiempo brincando unos sobre los otros, pero las abejas nos demostraron que traían bien armada su estrategia, porque ya nos estaba esperando un piquete de abejas guerreras dentro de la cabina, así que abandonamos el refugio tan rápido como habíamos entrado. Corrimos entonces hacia la pila de agua donde ya había un grupo de bañistas improvisados que nadaban con ropa y zapatos puestos, yo levanté a mi hijo en brazos y lo aventé al agua, a él para entonces ya le habían incrustado más de trece aguijones las abejas. Lo bueno es que el ponchillo no resultó alérgico y todo quedó en ardor y susto.

Cuando yo vi el regimiento de abejas que perseguían a Fernando y Erick, −agrega Alfredo corral− me llevé a mi mamá Carmelita, mi esposa Tere, mi hijo Marvin y a mi hija Tamara hacia un pequeño cuarto de baño y en el camino se nos unieron mi hermana Yolanda y su hija Ivón, que venían practicando el paso veloz y fumando muy cuatachas. En principio me pareció raro, porque hasta donde yo sé mi hermana no fuma y mucho menos la niña. El cuartito no tenía ni puerta ni ventana, sólo los huecos, pero ahí atrincherados mantuvimos a raya a las abejas a puros sombrerazos y los humos de cigarros de Ivón y Yolanda.

Gerardo corral –ya ven como es de latoso− insiste en que los demás también deberían contar su experiencia, que está dispuesto a hacer gestiones para que se agregue su texto a pesar de que ya salió la publicación. También agrega que ante el ataque de las abejas, el guío a sus hijos, hija y nieta hacia la pileta de agua, pero luego ya estando ahí, recordó que ya había tomados su baño semanal hacía apenas tres días y no estaba dispuesto a tomar otro y arriesgarse a una pulmonía. Después cuando alguien le cuestiona que como sería posible que enfermara de pulmonía en pleno mes de agosto y con el calor que hacía a esa hora del día, a lo qué el responde siempre que lo que pasa que es delicado y tiene la creencia de que si toma más de un baño a la semana puede enfermar gravemente.

Interrumpimos la narración de Gerardo para comentarles que el ataque de las abejas ocurrió el domingo trece de agosto de 2006, como a las tres de la tarde, cuando ya muchos de los que habían estado el día anterior habían regresado y otros recién se agregaban a la reunión.

Decíamos que Gerardo, decidió que no entraran al agua y mejor les indicó que brincaran la barda, que en ese punto de la pileta no era tan alta del lado de adentro, por lo que no era difícil escalarla, Lalo y Beto sus hijos que son excelentes deportistas, brincaron primero, mientras que Lalo padre –así lo conoce todo mundo (como Lalo no como padre) −, ayudaba a su hija a trepar la barda empujándola con el hombro, porque en un brazo sostenía a su nieta y en la mano libre traía su bote de cerveza que recién había abierto. Después intentó pasarles a su nieta Yara, pero no lograba alzarla mucho con un solo brazo. Entonces su hija Coral le dijo con tremenda energía –oye, si no dejas tu cerveza no vas a poder alcanzarnos a la niña y tú tampoco vas a poder trepar−. Al pobre hombre no le quedó más remedio que dejar la cerveza abandonada, no sin antes darle un buen trago.

Una vez que brincaron la barda, comenta Gerardo que él notó que las abejas en ese momento estaban concentradas en él y su hijo Alberto, las sentía como se le enredaban entre el pelo y le zumbaban por las orejas y veía que a Beto también, entonces ordenó que los demás se fueran hacia un lado y ellos dos –los preferidos de las abejas−, hacia otro y así lo hicieron. Beto y yo –narra el propio Gerardo− caminábamos muy derechitos y despacio, sin mover la cabeza ni nada de manera brusca. Poco a poco –continúa diciendo− las abejas fueron reconociendo que nosotros éramos gente de paz y se fueron retirando, sólo un par de ellas no se conformaron con el simple reconocimiento y le dieron sendos piquetes a Beto. Después nos reunimos con Coral, Yara y Lalo y desde un punto estratégico estuvimos observando la escena de los músicos en el piso y luego refugiados en su propia camioneta, mientras que en una esquina el tío Héctor Corral, había cortado unos quelites y con ellos se espantaba las abejas.

Alfredo corral nos comenta que a Yolanda, su hermana le picó una abeja en el cuello y que tiempo después le dolía mucho y pensaba que era una contractura y estuvo yendo a con un terapeuta para que le aliviara el dolor, hasta que en una de esas sesiones de terapia, le dijo él –¿oiga, me permite sacarle un barrito que tiene en el cuello? −a lo que ella contesto que sí y resultó que el barrito era una lanceta de abeja que quizá había quedado alojada en un nervio, el caso es que fue santo remedio para los dolores de cuello que padecía.

Durante algún tiempo se sometió a Fernando y Erick a tortura física y sicológica, pero nunca se logró que se confesaran culpables de apedrear el panal de abejas.

Así fue como la famosa reunión fue interrumpida abruptamente aquel mediodía del domingo trece de agosto de 2006, por el ataque de un regimiento de enfurecidas abejas.

Lo que era una pacífica colmena de abejas, antes de ser molestadas.

Gerardo Corral y su hijo Alberto, se alejan de la familia en un gesto heróico, llevando tras sí a las enfurecidas abejas.

En esta fotografía se aprecia a los músicos que finalmente encontraron refugio en su propio vehículo, dejando abandonados algunos instrumentos en el camino. Nótese la tuba abandonada ahí por la rueda trasera.

1 comentario en “El ataque de las abejas: homenaje a Julio Vargas Villalobos.”

  1. Miriam Corral

    Un relato que siempre he disfrutado y me ha hecho pasar momentos de mucha risa. Excelente y con imágenes mas porque nos adentra mas en el relato.

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