Crónicas pedagógicas y ausencias intermitentes.


Por: Efrén Luna Meléndez.

Octubre de 2013.

–Dile a la maestra Emma Débora que me permita declamar en el festival del diez de mayo, –dijo segura de sí misma.

–Pero si tú no estás en la escuela, además ni te conoce y es de los niños. –Le contesté un poco molesto.

–Tu pregúntale, y también si quiere que Miguelito diga su recitación ese día.

–¿Miguel?, ¡pero si apenas está aprendiendo en el colegio a leer y a escribir! –Repliqué.

–Ya se la aprendió, solo le estoy enseñando los ademanes y a mover los brazos.

–Oye, ¿pero si sabes que el festival será en el Cine de Mapimí y no en la escuela?

–Mucho mejor, eso es lo que siempre me ha gustado, –contestó sonriente y decidida.

Un poco antes de la celebración, temeroso, pedí permiso para hablar con la directora de la escuela, mujer enérgica y de voz grave, muy atenta escuchó mi petición, extrañada de tal audacia, me espetó:

–¿Y qué declamarán tus hermanos?

–“El Brindis del Bohemio” y “Mamá soy Paquito”, –le contesté tímidamente.

–Las conozco, aquí nunca se han declamado, diles que se preparen muy bien, ya sabes que aquí no se admiten errores, nos vemos el Día de las Madres. –Concluyó enfática.

El cine estaba abarrotado, gustosas las madres sonreían, se abrió el telón y dio inicio el festival. Los números transcurrían, el turno es para la declamadora, hace su aparición con tranquilidad ensayada: “En torno de una mesa de cantina, regocijadamente departían seis alegres bohemios…”, la voz pausada, poco a poco va creciendo…”por la esperanza, nuestra dulce amiga, que las penas mitiga y convierte en vergel nuestro camino…”. El público escucha absorto; la declamadora, ensimismada, llega a la apoteosis: ¡Por mi madre bohemios!, ningún ruido interrumpe el ambiente, el colofón es el silencio de la mesa de los bohemios del poema, que contrasta con los atronadores aplausos que el respetable le brinda a la joven que se aleja. Entre el público, rodeada de sus hijos, se observa una figura espigada, desde su butaca, llora de orgullo y de alegría, al ver que a su hija que lava y plancha, le aplauden como a una artista.

–Y ahora con ustedes el niño Miguel Ángel Luna Meléndez, dice –el maestro de ceremonias, –¡lo recibimos con un aplauso!

Aparece un monigote güero en el escenario, entra nervioso, y asustado empieza: “Mamá soy Paquito, no haré travesuras…” en esta ocasión, se escucha a las madres exclamar un ¡Ahhh! de alegre complicidad. Sin equivocarse, el pequeño recitador termina con una reverencia, la mano izquierda atrás y la derecha adelante, inclinando el torso como bien le enseñó su maestra que lo recibe tras bambalinas con besos y abrazos. Los aplausos son acompañados con risas incrédulas.

Cae el telón

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