El otro Chabel

Por Carmen luna Vargas.

Alfredo, mi hijo, se fue al trabajo como todas las noches, él era velador en el colegio de Bachilleres y en el día era estudiante de ingeniería en la Facultad de Zootecnia de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Lo vi muy contento, quizá porque era su último día de trabajo y escuela, ya que tendría unos días de vacaciones y pensaba ir a Lovington Nuevo México a comprar una troca. Había guardado su aguinaldo y estuvo ahorrando con mucho entusiasmo hasta que juntó lo que necesitaba, porque Cirilo Gómez, esposo de Angelina Corral ya le había apartado una troquita muy buena, según le dijo.

Al día siguiente, lo encontré revolviendo todo en la recámara, ya había quitado el colchón y los cajones estaban volteados al revés sobre el piso –Qué buscas. –Le pregunté. –Mi cartera. –Contestó. –Y qué traías en la cartera. –Le cuestioné, aunque ya me imaginaba la respuesta. –Todo mi dinero. –Me dijo. Comprendí su angustia, porque yo también la sentí. Hicimos un recuento de todo lo que había hecho, porque dijo que él creía que cuando se fue al trabajo se la llevó, había llegado al colegio y al rato lo visitó un amigo, salió a platicar con él, para lo cual se sentaron en el borde de la banqueta, al rato se fue el amigo y él se dispuso a realizar su trabajo de velador como siempre, se acostó a dormir y por la mañana, en cuanto llegaron los primeros trabajadores del colegio, se regresó a casa. Fue todo lo que hizo antes de darse cuenta que le faltaba la cartera.

Ya había recorrido todo el camino que hizo al regresar del trabajo y buscó también ahí donde estuvo platicando con su amigo, aunque nada más que por buscar, porque a esa hora ya habían pasado por allí cientos de alumnos. Él tan alegre e inquieto, que no paraba un rato en casa, no salió en todo el día y yo lo veía muy triste. Estuvo cuidando el teléfono, prácticamente no lo podíamos usar, porque él guardaba la esperanza de que alguien llamara para decirle que encontró la cartera. Sus hermanos le decían, que quién se la iba a entregar, el que se la encontró seguramente ya hasta andaba gastando el dinero loco de contento.

En esa angustia pasaron dos días, hasta que timbró el teléfono, y él corrió apresurado a contestar, era una señora que le dijo que buscaba a Alfredo Corral. –Yo soy. –Contestó él. –Y ¿se le perdió algo? –Preguntó la mujer. –Si, perdí mi cartera con diner. –Yo la tengo. –dijo ella. –Lo espero en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús para entregársela. Loco de contento dirigió sus pasos a la iglesia. No encontró a ninguna señora dispuesta a entregarle una cartera, esperó por horas y no apareció la tal señora. Regresó más triste aún, pensando que la señora la había pensado mejor y ahora ya no le regresaría su dinero.

Pasaron tres días antes de que volviera a sonar el teléfono con noticias, esta vez era un hombre el que llamaba y le dijo que su esposa tuvo miedo de que le pudiera pasar algo y por eso no fue a la iglesia, pero que él si le iba a entregar la cartera, que lo esperara en la calle 20 de noviembre esquina con calle quinta, le dio las señas de él y de carro en el que llegaría en unos quince minutos. Corriendo llegó al lugar, que estaba a tres cuadras de la casa, esperó el tiempo indicado, y nada, esperó media hora, y nada, pasados otros quince minutos estaba a punto de regresar desconsolado a casa, cuando llegó un hombre a pie y le preguntó que, si él se llamaba Alfredo Corral, lleno de felicidad le dijo –sí, yo soy. Aquel buen hombre le contó que su hija, se encontró la cartera cuando iba a la escuela, que ella era estudiante de la Secundaria Federal No. 1 y que la niña se las había dado a ellos, sus padres porque no sabía qué hacer.

–Cuánto traía usted en su cartera –le preguntó el individuo, a lo que Alfredo contestó. –Deme usted lo que quiera, en realidad el dinero ya es suyo porque se lo encontró. –Vea. –Le dijo aquel buen hombre. –Se me acaba de descomponer el carro a unas cuadras de aquí, por eso no llegué a tiempo. Deme para arreglarle la marcha y con eso me doy por pagado. Así lo hizo Alfredo. A los pocos días ya estaba mijo de regreso de Lovington, con su troquita, muy bonita, por cierto, y satisfecho con la vida. Aún lamenta que, en medio de su excitación por recuperar el dinero, no le preguntó a aquel buen hombre, ni siquiera su nombre, menos dónde lo podía encontrar para retribuirle mejor en la primera oportunidad. Es muy probable que se llamara Chabel como mi hermano que era igual de derecho.

2 comentarios en “El otro Chabel”

  1. Miriam Corral Moriel

    Hay que hermosa historia la disfrute, tengo duda en la foto que muestra la historia en blanco y negro con 3 hombres , será mi Papa Rafael? si no es se parece mucho quien es de los hermanos

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