Mi compadre el diablo II

Por: Gerardo Corral Luna.

Dicen que nunca segundas partes fueron mejores, pero me voy a arriesgar porque ya alguna vez, tontamente lo anuncié, escribí por ahí un comentario diciendo que alguna vez contaría cómo fue que nosotros, los que no vivíamos en Saltillo, conocimos al diablo.

Aprovechó el tío Octaviano que estábamos todos juntos para acercarse y con tono misterioso nos contó que él era compadre del diablo, que iba a ir a saludarlo, porque había venido de visita y estaba escondido para que nadie lo viera. Nos dijo que, si queríamos conocerlo, podíamos aprovechar la oportunidad de que él era su compadre y no creía que nos fuera a hacer daño, ya que éramos sus sobrinos. Todos nos quedamos callados y empezamos a hacer cuentas, esto es, tratar de adivinar que tramaba esta vez. Nos la había jugado tantas veces y siempre caíamos. Por dar un ejemplo, en una ocasión en que por ser domingo y que algo se celebraba, nos dieron un buen baño, casi nos cambiaron de piel, con la mismísima piedra de pelar gallinas, nos dejaron las manos codos y rodillas en carne viva. En cuanto pudo octaviano nos reunió cerca del trochil donde el tío Catalino tenía un marrano en engorda. Sacó octaviano un par de monedas de 20 centavos, de las de cobre que tenían un sol asomando tras las montañas y nos dijo, —el que le aguante más tiempo al marrano sin que lo tire, se va a ganar las alazanas estas. Para qué les cuento más de eso, ya se imaginarán cómo quedamos todos los que queríamos ganar las monedas y también se imaginarán de qué color se pusieron nuestras mamases cuando nos vieron.

En fin, ni modo de quedarnos con la duda, accedimos todos a ir a conocer al compadre diablo. No recuerdo a donde nos llevó, era una machera, o era una casa a medio construir o a medio derruir, el caso es que había paredes, pero no había techo. Llegamos y nos hizo que juntáramos las orejas lo más posible para escuchar las indicaciones que nos iba a dar en voz baja. Nos dijo. —Escuchen muy bien, mi compadre es muy delicado, fácilmente se puede molestar, quiero que sean muy cuidadosos, porque no quiero llegar a casa con cuentas mochas porque alguno de ustedes le cayó mal a mi compadre y se lo comió, entendieron. —Nos preguntó. Ya para entonces todos estábamos un poco asustados, pero todavía en la pelea. —Bueno. —Dijo. –Voy a platicar con mi compadre, a tratar de convencerlo de que ustedes lo quieren conocer, pero ya les digo, por favor no vayan a hacer nada que moleste a mi compadre. Todos estuvimos de acuerdo en portarnos bien con el compadre y ya nos temblaban un poco las piernas.

Entró Octaviano al lugar, en el que seguramente ya había estado antes haciendo algunos arreglos. Tan pronto entró lo escuchamos decir. —¡Compadre cómo ha estado! —Enseguida escuchamos puros gruñidos y resoplidos. Luego dijo el tío. —Traje a mis sobrinos para que los conozca. Entonces los gruñidos y resoplidos fueron más fuertes y luego se escucharon golpes metálicos como de lámina y veíamos tierra que saltaba por encima de las paredes y más gruñidos y quejidos de dolor. Todo esto sucedió durante un rato, en el que no atinábamos a decidir si correr o quedarnos, hasta que por fin Salió Octaviano, todo lleno de polvo, traía la camisa mal abrochada, el sombrero había perdido su forma, el pantalón lo traía arremangado de una pierna y le faltaba un guarache. Nos dijo con cara de espanto. —Batallé muchachos pero ya lo convencí, pueden pasar, pero por favor no le vayan a caer mal porque se los come. Ahí debe estar todavía el famoso compadre diablo, esperando que alguien entre, porque lo que es nosotros, en cuanto el primero peló gallo (corrió), lo seguimos los demás y hasta lo rebasamos. Los dichos son muy sabios y hay uno que dice “más vale aquí corrió que aquí quedó”. O el que dice “No tiene la culpa el diablo, sino el que lo hace compadre”.

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