Secreto de confesión.

Por: Rosa Aguirre Luna.

Don Norberto Ornelas, era un hombre de paz y en paz con Dios, así se le notaba en el rostro el día que lo velaron, no se sabía a ciencia cierta su edad, pero dicen que ya pasaba como con ocho los cien años. Que yo sepa él no era familiar de mi bisabuelo don Agapito, pero ambas familias llegaron juntas del estado de Jalisco. Por cosas de la vida Don Norberto quedó al cuidado de mi abuela Delfina en los últimos años de su vida. Dice mi mamá, Licha Luna, que ella no recuerda cuanto tiempo vivió aquel viejecito en la casa de los Luna Vargas, allá en El Retiro, porque desde que recuerda él ya era parte de la casa hasta el día que murió. Por cierto, de ese día es del que quiero platicarles, pero vamos por partes.

En aquella época de la que les platicaré, Don Norberto ya no escuchaba y con muchísimas dificultades podía caminar. Dice mi mamá que el señor se había asignado a sí mismo la tarea de cuidar el gallinero de los ataques del coyote y el gavilán, por lo que bajaba todos los días ahí por donde estaba el basurero prácticamente arrastrándose de nalgas hasta un lugar estratégico desde el que podía vigilar el gallinero. Cuenta mi madre que un día se soltó un aguacero tremendo y que Carmelita, su hermana agarró una cobija y le dijo –vente Licha, córrele vamos por Don Norberto al gallinero. Corrieron bajo la lluvia, treparon al viejito sentado en la cobija y jalando entre las dos lo llevaron a la casa. Don Norberto siguió cuidando el gallinero, pero con el peso de los años poco a poco fue perdiendo movilidad y finalmente quedó confinado a su lecho de enfermo. Mi abuela Delfina cuidaba con esmero de él, le preparaba sus sopas calientes y sus tés medicinales.

A mi mamá todavía le parece extraño que, en el último día de la vida de aquel viejecito, hubiera recobrado algunas facultades físicas y mentales, dice que se puso a contarles a ella y a Carmelita cosas de su vida, como quiénes eran sus padres, cómo era el lugar donde vivía allá en Jalisco y muchas otras cosas, y que además escuchaba lo que ellas le preguntaban. En eso estaban cuando su mamá que les dijo –ahí se los encargo, voy al río a lavar. En aquellos años, lavar no era para nada una tarea sencilla, había que echar por lo menos dos vueltas para llevar todo lo necesario, luego se encendía una buena fogata y en ella sobre piedras se ponía una lata de lámina cuadrada de 20 litros, de esas en que venden manteca o alcohol, con agua para calentar y derretir el jabón de teja, con el que se desmanchaban los pañales y el resto de la ropa. También se ponía un cazo grande con agua a hervir para desinfectar la ropa, porque el cloro no se conseguía fácilmente. Total, que lavar, significaba dedicarse a ello prácticamente todo el día.

Las dos jovencitas, Licha y Carmelita, se quedaron con la responsabilidad de cuidar a Don Norberto, pero Licha que era la más inquieta pronto se aburrió y empezó a bromear que era la enfermera del viejito, se puso algo blanco en la cabeza, se enredó una sábana blanca y se pintó la boca, entonces fue y le tomó el pulso al enfermo, le informó que le iba a dar sus medicinas y que tenía que aplicarle unas inyecciones. El pobre hombre ya casi ni abría los ojos, pero con dificultades le dijo a mi mamá. –Me voy a morir, necesito ayuda, un cura. Entonces Licha fue y cambió de atuendo, se despintó la boca, se enredó en un chal negro de mi abuela Delfina. Regresó al lecho de muerte y le dijo al enfermo. –Vengo a confesarte hijo. Y empezó un rezo cantado, más o menos como había escuchado al sacerdote cuando venía a bautizar a alguien a saltillo. –Lero, lero, lero, leisón. Tiempo después supo que era el Kyrie eleison, que significa “protéjenos señor”.

Para cuando mamá Fina, mi abuela regresó, encontró que Don Norberto había expirado en santa paz. Mi madre seguramente se llevó el susto de su vida, porque ella en su juego no esperaba que el hombre muriera de verdad. Cuenta mi mamá Licha, que la primera vez que se confesó ella con un sacerdote le contó aquella historia, él le dijo que había sido una travesura de niña, un juego. –¿o no? –Le preguntó, a lo que ella contestó. –Usted que cree, yo era una niña inquieta y traviesa. Y así quedó la cosa. A veces le preguntamos qué fue lo que le contó Don Norberto, a lo que ella siempre contesta –Secreto de confesión.

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