Mi viejo.

Por: Gerardo Corral Luna

Este texto lo guardo desde mayo de 2010, fecha en que despedimos a Don Abel Salazar Acosta. Él fue mi suegro, abuelo de mis hijos, hombre alegre y muy trabajador. Quiero compartir en este texto mi sentimiento y admiración a esa persona que fue muy importante en mi vida.

Hola viejo:

Perdona que te hable de tu, como le habla un hijo de los de antes a un padre también de antes cuando el tiempo ha dejado de perseguirlos a uno y a otro porque ya los alcanzó. Me dirijo pues, a ti de tu con el respeto que usted me merece, porque es la forma más directa e íntima de platicar entre nosotros de hijo a padre. Hijo ingrato si quieres, pero tu hijo fui y tu hijo seguiré siendo. Con esto sólo estoy haciendo efectivo el cheque que extendiste al llamarme “mijo” tantas veces. Disculpa viejo que hasta hoy sea recíproco en decirte papá.

Sabes, en tu misa de despedida quise hablar de ti a todos los presentes, pero me contuve porque pensé que quizá no fuera muy propio de mi parte, como tampoco lo iban a ser tus fuertes carcajadas (con las que tantas veces nos deleitaste), haciendo eco por entre las bóvedas de la iglesia. Te fijaste qué bonitas se veían las bóvedas con su estructura de madera. Estoy seguro que el día que despediste a tu hija ni siquiera las notaste en medio de tu dolor, como seguramente lo hiciste este 5 de mayo. ¡Ah! Porque escogiste un día grande para tu funeral. Celebraste tu cinco de mayo como tantas veces hiciste allá en “el otro lado” cuando andabas de bracero. Te imagino entonces: Por la tarde te quitaste con agua algo del polvo y el sudor que pintaba tu cara y brazos y loco de nostalgia por tu México alzas la botella y avientas sonora carcajada seguida por tu canto como sólo tú sabías “allá tras de la montaña donde temprano se oculta el sol, quedó mi ranchito triste y abandonada ya su labor”.

Te decía: quise hablar de ti en la iglesia. Hubiera dicho lo que más recuerdo de ti, aunque tendría que usar algunas palabras nada propias y tú con tus carcajadas te burlarías en tu muerte de la muerte como te burlabas en la vida de la vida y tu “viejita chula” como solías decirle, te recriminaría ¡Abel, que te van a oír! Les diría que Abel era un hombre sensiblemente fuerte, algunos podrían decir que era insensiblemente fuerte, porque con enorme fuerza podía negar algo como con mayor fuerza podía ofrecer algo. Su forma de expresar cariño tenía esa fortaleza. Lo recuerdo concentrando su expresión y frunciendo la boca como lo hace uno para “chiplear” a los pequeños para luego gritar ¡Carco! ¡Cabrona Carco! Y ja ja ja ja: su característica carcajada, o dirijir el “cabrón” o el “chingado” a uno de sus nietos sin que faltara la carcajada. “Pinche Juetor cómo está loco” o Queca o Quico o “ese vicentillo es cabrón, me pisa la sombra el hijo de su…”, “pinche garrochón ja ja ja ja”. Impresionante era ver aquel gigante chaparro hablar con tanto cariño a sus cenzontles y periquitos de amor y a las flores de su jardín.

Aprendí tantas cosas de ti y lo único que lamento es haber sido tan inconsciente de ello, que no empecé a ejercer realmente tus enseñanzas hasta después de nuestra separación y tu partida. Gracias por todo lo que me diste. Me es muy doloroso hablar también de tu hija, por eso le dejo la tarea a nuestros hijos que seguramente lo han de hacer mejor.

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