Lluvia y ajonjolí: una historia de amor.

Por: Nora Luna Aguirre

Por fin había amanecido con sol, era el domingo 4 de octubre de 1970, después de tantas vicisitudes, Águeda y Quirino habían quedado formalmente casados ante la ley el día anterior, pero no había sido posible casarse por la iglesia, porque el sacerdote con la cantidad de agua que había caído, de seguro, nuevamente no se atrevió a venir. Con todo lo que habían pasado, más valía dejarlo para después, por lo pronto se disponían a hacer maletas, para iniciar su viaje de luna de miel hacia Mazatlán. En eso estaban, cuando escucharon los gritos de algunas personas. –¡Ahí viene el padre! Rápidamente Águeda se dispuso a vestir de novia por tercera ocasión en esos últimos ocho días, mientras Quirino apresurado se puso el saco y salió a disponer lo necesario para el casamiento religioso. Se improvisó el altar en casa de Cuquita, la abuela paterna de Águeda, pepenaron a algunos de los que todavía andaban por ahí celebrando para que sirvieran de padrinos y de esa manera quedaron felizmente casados ante los ojos de Dios y listos para empezar su ansiada Luna de Miel.

Esa boda había iniciado la semana anterior, los invitados empezaron a llegar desde el 24, porque la boda se había anunciado para el sábado 26 de septiembre, se preparó todo para la fiesta, las gallinas fueron a parar a las cazuelas del mole y dos vacas habían sido sacrificadas y ya se preparaban diversos platillos. Todo era fiesta y jolgorio en los preparativos, cuando de pronto el cielo se cubrió de negras nubes y no tardo en precipitarse en copioso aguacero, los preparativos siguieron adelante, esperando que el tiempo mejorara, pero para el viernes los caminos estaban intransitables por los arroyos desbordados. La novia se había esmerado en su arreglo, con su vestido blanco, y su gran velo lucía hermosa y el novio no se quedaba atrás en galanura. La opinión generalizada, era que si el juez y el sacerdote, no habían llegado desde el día anterior, a estas alturas ya era imposible que pudieran cruzar los arroyos y así como estaba el tiempo, no se veía para cuando pudieran venir.

La comida ya estaba hecha, los mariachis tocaban y la gente alegre y bailadora, por lo que alguien dijo. –Bueno, si no hay boda, ahora qué celebramos.  –A lo que otro contesto. –Pues la independencia de México. –No la friegues. –le dijeron varios de los presentes. –Eso ya pasó, fue el 16. Pero el gracioso aquél e ingenioso como son aquellas familias, no se iba a dejar vencer, además era apasionado de la historia, y les contestó. –Lo que ustedes no saben es que la culminación de la independencia fue el 27 de septiembre de 1821. –Pero hoy es 26 le aclaró alguien. –Si se esperan un rato más va a ser 27, ¿o ya se van? –Conteste aquel gracioso. Todos rieron y la fiesta continuó. Todos se divirtieron, bebieron, comieron y bailaron hasta el amanecer, sólo los novios permanecieron a la expectativa con la esperanza de ver aparecer al juez o al sacerdote y ni siquiera comieron. Al siguiente día había un corredero de gente por las orillas del poblado, porque les hizo daño al estómago algo de la comida. Algunos decían que porque el mole tenía demasiado ajonjolí y otros que porque las cocineras estaban de mal humor. Los novios se salvaron de enfermar gracias a su falta de apetito.

Ahora ya felizmente casados, camino a Mazatlán, Sinaloa, tuvieron tiempo de reflexionar en todo lo que habían pasado desde su noviazgo. los dos eran vecinos de nacimiento, ella, a quien sus padres pusieron por nombre Águeda Irene Aguirre Herrera, nació en Saltillo Durango municipio de Villa Ocampo, el 9 de enero de 1950 y Luis Quirino Luna Vargas nació a escasos dos o tres kilómetros de ahí en el ranchito de sus padres llamado El Retiro, el 15 de marzo de 1942. sus familias se conocían de toda la vida.

Quirino había sido un muchacho dado a los estudios y muy emprendedor, incluso se había hecho cargo de la escuela del poblado en calidad de maestro y director, pero en su búsqueda de mejores oportunidades, había viajado a la ciudad de México, donde permaneció como asistente de contador en una empresa internacional de máquinas de escribir y computadoras. Contaba 25 años de edad, cuando regresó a Saltillo, fue entonces cuando cupido atacó a aquel joven aprendiz de contador, vio a Águeda y no podía creer lo que había crecido y lo hermosa que estaba. Al instante supo que ella era su destino, por suerte cupido estaba de oferta y también se encargó de que ella se fijara en Quirino. Águeda por aquellas fechas era una jovencita de 17 años, que también había permanecido alejada de Saltillo, primero vivió en Delicias, Chihuahua, al lado de sus abuelos maternos, Don Francisco y Doña Marcelina, quienes posteriormente se mudaron a Ciudad Juárez y Águeda junto con ellos. Quiso el destino que, en aquellos últimos días del año de 1968, coincidieran los dos en Saltillo y justamente en la víspera de año nuevo Quirino pidió a Águeda que fueran novios, a lo que ella acepto. Cuando mis padres me contaron la historia ella me dijo que se hizo de rogar, pero como no estoy segura, mejor no lo pongo aquí.

Quirino viajaba cada vez que podía a Juárez para ver a su amada, el Café Zaragosa que se encontraba por la calle Juárez era su punto de encuentro. Él se desempeñaba trabajando para su cuñado Jesús José Aguirre, que a la vez era tío de Águeda y le daba todas las facilidades al enamorado muchacho para que pudiera visitarla al menos una vez por mes. Ché Ché, como cariñosamente todo mundo conocía a aquel hombre tan querido y respetado en la región, tenía la tienda que surtía a la mayor parte de la población de los productos de mayor necesidad, que iban desde productos de farmacia y comestibles, hasta los aperos de labranza, también se dedicaba a la producción, compra, venta de granos y a la ganadería. Quirino se encargaba de elaborar la documentación necesaria para sus negocios.

Posteriormente Águeda buscó estar un poco más cerca de Quirino (por eso les digo que no estoy muy segura de poner eso de que se hizo de rogar), para lo cual se mudó a Hidalgo de Parral Chihuahua, que por aquel entonces estaba a cuatro o cinco horas de Saltillo. hoy sigue estando igual de lejos, pero por los caminos actuales se circula a mayor velocidad. Buscó trabajo y lo encontró como secretaria del gerente de los refrescos embotellados esos muy famosos que son de color oscuro, pero a los pocos días renunció porque el jefe salió fuera de la ciudad y no le dejó ninguna tarea por hacer, ella no se sentía bien sin hacer nada, y mejor se fue a hacerse cargo de su hermana y hermano más chicos que estudiaban en Parral.

Después de un feliz noviazgo, la pareja decidió contraer matrimonio, hicieron los planes necesarios, para comunicar esta decisión a sus padres. Don Quirino, padre, había muerto el año anterior, por lo que Quirino pidió a su hermano Catalino que hiciera la petición formal ante los padres de Águeda, Francisco Aguirre Villalobos y Felipa Herrera. En tiempos más antiguos, se usaba que los padres de la novia se tomaran un tiempo considerable para pensar si accedían o no a otorgar la mano de la novia, tradición que para entonces ya no era muy común, pero los padres de Águeda si hicieron uso de ella y le pidieron a Catalino que volviera en un mes por la respuesta. Quirino atribulado por esta situación, pero sin perder la fe en recibir respuesta positiva, decidió en tanto ir a tratar de hacerse de algunos recursos trabajando en los Estados Unidos.

En tanto Quirino trabajaba duro en un restaurante de Pomona, California, Catalino al mes había recibido ya respuesta positiva. Quirino, lleno de alborozo trabajó y ahorró durante tres meses, en tanto cada que podía compraba algún regalito para sus futuros suegros y para su propia familia. A su preciosa novia, le había –el muy pícaro– comprado un camisón de seda muy sexi que encontró en una tienda exclusiva de lencería. Lo malo fue que en eso lo deportaron a México por encontrarse trabajando como indocumentado y los regalos se quedaron en Pomona, junto con el camisón que aún le debe a Águeda.

Tomados de la mano camino a Mazatlán, reflexionaron en todas estas vicisitudes que habían pasado, pero que hoy felizmente habían sorteado y ahora eran una pareja de recién casados, que se dirigían hacia una maravillosa luna de miel, por lo pronto y luego hacia un futuro lleno de felicidad. Posteriormente fijaron su residencia en Las Vegas, Nevada y la primera vez que regresaron a Saltillo, fue con dos hermosas bebés en brazos para deleite de los ahora abuelos, Francisco, Felipa y Delfina.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *