Polvos del camino.

Por: Cecilia Luna Vargas

Había una boda en Ventanilllas, y yo quería ir, pero el problema era quién me llevaría, entonces Octaviano se ofreció de voluntario. Yo entusiasmada me arreglé y quedé bien peinada y vestida para la ocasión. Para entonces Octaviano ya tenía el caballo listo y sólo me estaba esperando, yo cubrí mi peinado con una pañoleta atada en la cabeza, para protegerlo de los polvos del camino, también me llevé una manta para igual proteger mi vestido. Me apresuré lo más que pude y al fin salí a anunciarle a Octaviano que ya estaba lista. Yo sabía que a mi hermano no debía hacerlo esperar mucho tiempo, no porque fuera desesperado o se mostrara impaciente, sino porque generalmente ocupaba los tiempos de espera en planear alguna vagancia.

Él ya estaba montado en el caballo, desocupó el estribo para que yo subiera y me dio su mano para ayudarme y partimos cantando como nos gustaba a los dos. No llevábamos mucho de camino y como hacía un poco de aire, yo de cuando en cuando soltaba una o las dos manos de su cinturón, para arreglar la pañoleta. Había en el camino un lugar dónde la tierra estaba muy suelta y fina, tenía la consistencia de la harina de trigo, él guio al caballo por ese lugar y yo pensé que quería acortar camino y justo entonces solté mis manos de su cintura, para acomodar la pañoleta y él picó espuelas al caballo y levantó la fusta o cuarta (como allá la conocíamos). El caballo arrancó intempestivamente y caí en el polvo aquel.

Me levanté hecha una furia. Toda yo era color tierra, incluidas cejas y pestañas. Octaviano intentó fingir sorpresa e inocencia, pero le ganaba la risa, me decía que el caballo se asustó con una víbora, mientras mis ojos echaban chispas dirigidas en su contra. Sentía crecer mi coraje hacia él, pero también había que reconocer tanta alegría y diversión que me brindaba, que terminé tomando su mano para subir nuevamente al caballo. Me había dicho —Nos regresamos, te damos una desempolvada y nos vamos a al baile que tan tarde aún no es. Al poco tiempo, ya desempolvada, cabalgábamos de nuevo rumbo a Ventanillas, cantando a dueto como si nada hubiera ocurrido.

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