Mi mamá chiquita.

Por: Gerardo Corral Luna.

La mira de Notas de Familia, está puesta con mayor precisión en la generación que nos antecedió (a los iniciadores del proyecto), nuestros padres, nuestros tíos y deseando llegar a la generación de los abuelos y tíos abuelos, de ahí para más antes todo será ganancia pura, pero hoy quiero escribir un poco de mi generación, de mis más cercanos y específicamente de una de mis hermanas, así que al grano. Fuimos seis hijos de Alfredo Corral y Carmelita Luna. Los que leyeron “Esa Mujer es mi Heroína”, de Quirino Luna, o leyeron “Mi Ejemplo, mi Compromiso”, de Alfredo Corral, o también “¡Y qué Angel!”, por Ricardo Rodríguez Luna o escucharon a Cecilia Luna en “Mis Recuerdos”, tendrán una idea de las vicisitudes que hubimos de pasar una viuda y sus seis huérfanos de padre, así que me voy a brincar detalles.

En aquel tiempo, en que murió nuestro padre, yo contaba con diez años cumplidos, mi hermana mayor, Yolanda, tenía once y la anterior, Judith, nueve, hasta ahí me sé los detalles porque nos llevábamos el uno a las otras, el año reglamentario de aquellos tiempos y aquellos ranchos, luego Carmelita y Alfredo se dieron un pequeño receso y nació Myrna, por lo que creo que ella tendría unos siete años de edad en aquél entonces y había otros dos más chicos, que eran Alfredo y Alfonso.

Como el papel es poco y la tinta no fluye del todo bien, me voy a brincar años en la historia… Hoy en día Myrna Elsa Corral Luna, es una mujer “bien mujer” diría Don Quirino o “muy mujerona” diría Don José —sus abuelos)—, protectora como ninguna, valiente como pocas, trabajadora como nadie… No se me acabaron los buenos adjetivos, lo que pasa es que reflexioné y en mi afán de ahorrar papel y tinta les dejo a ustedes para que imaginen el resto y a todos los que se les ocurran fácilmente les podrán poner los “como ninguna”, “como nadie” o “como pocas”, así que ustedes agreguen honrada, leal, etc.

Myrna para nosotros ha sido como la manteca lo es para las tortillas de harina: une a la harina con la sal, el azúcar, el polvo de hornear y les da el sabor delicioso. Disculpen lo mal trovado, pero de momento es el único ejemplo que se me ocurre para decir que la casa de Myrna nunca ha tenido puertas cerradas, lo mismo llegamos perros hambrientos que hermanos sin comer o dormir y encontramos el plato servido y la cama puesta. Entonces agregaremos: Myrna es una mujer pródiga como pocas, su mesa siempre tiene lugar esperándonos. A su puerta diariamente y a la misma hora acude media docena de perros a comer de los platos de croquetas que ella les dispone en la banqueta por las mañanas. Myrna constantemente le está buscando hogar a algún perro abandonado o curando heridas de los que son atropellados o maltratados por las personas. Ella querría acoger a todos los menesterosos en su hogar, pero ya con los cinco perros que habitan sus patios y los dos o tres gatos, ya tiene bastante.

He decidido gastar un poco más de papel y tinta, por lo que me voy a regresar en el tiempo a aquellos años en los que, por necesidad y espíritu de sobrevivencia, nuestra madre Carmelita, nos tenía que dejar solos, ya sea porque iba al Paso Texas a traer ropa para vender o porque se iba a trabajar en tierras gringas, el caso es que, en esas ocasiones, quien se autonombraba ama de casa era Myrna. A pesar de su corta edad y de ser la menor de las mujeres, era la preocupada de que la casa estuviera limpia, que nosotros, sus hermanos, nos aseáramos y tuviéramos la escasa y maltratada ropa, bien planchada y limpia.

Cómo quisiera extenderme en detalles de la vida de Myrna, pero para ello tendría que contar con la paciencia de ustedes como lectores y me dedicación y estudio para poder trasmitir de manera más merecida las cualidades inmensas de esa mujer.

Me resta entonces decirles que Mi Mamá Chiquita, como yo siempre la he considerado, hoy sigue siendo la misma chiquilla aquella que parecía hormiga desde el amanecer hasta el anochecer. Disponía lo poco que había para el desayuno, la ropa de todos para ir a la escuela, al regreso hacía comida, su tarea escolar, luego tomaba la escoba, la plancha o el tallador y a darle hasta terminar con el día. Lo mismo hace hoy. Como profesional su trabajo lo hace como nadie, además atiende perros, nietos e hijos y por las ventanas ya entrada la noche puedes ver su silueta armada de escoba, trapeador o plancha.

Ya regresó a mí el afán de ahorrar papel y tinta, por lo que sólo contaré una pequeña anécdota de aquellos años en que Myrna era la mamá pequeña. Antes debo advertirles que alguno de los protagonistas, específicamente Alfredo, negará ser el aludido, pero quienes vivimos la historia y corroborando con la propia Myrna sabemos que así fue, así que aquí les va:

En una ocasión y ya para dormir, fácilmente y conociendo su inteligencia e imaginación, sabemos que ustedes supondrán (bien) que no habitábamos una mansión y por lo contrario dormíamos todos revueltos y hechos bola. Bueno pues ya para apagar la luz Myrna empezó a decir sus oraciones, mientras que Poncho y Alfredo se trenzaban a las luchas, entonces Myrna que había empezado a persignarse, notó que Alfredo traía sellado el calzón, como luego decimos, o sea que se había tirado una flatulencia (pedo) con premio o no se había limpiado bien al ir a obrar (cagar), entonces ella mientras se pasaba la señal de la cruz por la cara, en lugar de decir “por la señal de la santa cruz…” dijo “cochino, marrano, te acabo de lavar los calzones y ya los traes todos cagados” y terminó con el amén. Bueno, hermana querida, mi mamá chiquita, hay que seguir como hormiguita y como siempre, a festejar en tu casa las navidades, 15 años y hasta bodas.

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