Anacleta y Adrián

Terminado el casamiento, el acta quedó registrada de la siguiente manera:

En 15 de noviembre de 1884, yo el Presbítero Sabino Herrera Luna, encargado de la Santa Iglesia de Cerro Prieto. Habiendo amonestado en tres días festivos Inter missarum solemnia, según lo previene el Santo concilio de Trento. Examinados en la doctrina cristiana y no resultando impedimento canónico alguno, se leyó la última amonestación y pasadas 24 horas después, presencié su matrimonio y di las bendiciones nupciales Infacie Edicie a Adrián Bueno, soltero, nativo de Cerro Prieto, hijo natural de la Sra. Luciana Bueno, ya finada. Con la Sra. Anacleta Luna, honesta, nativa de Cerro Prieto, hija legítima de Nepumoceno Luna y la sra. Rafaela Chávez. Testigos de su presentación: Petronilo Albeldaño de 40 años y Bernardino Vega de 28 años, vecinos de Cerro Prieto. Casé y velé. 

Testigos de su matrimonio: Heraclio Franco y Pedro Páez.

Y para constancia firmé.

Sabino Herrera.

Lo que ahora redactaré será a partir del contenido de esta acta y lo que en ella se puede leer, es lo que es cierto, lo demás es mera ficción a partir del contenido del acta y del conocimiento que tenemos acerca de los matrimonios de la época y de los protocolos de la iglesia de entonces. Tengamos en cuenta que la realidad y la ficción se entrecruzan y se confunden constantemente. Pongamos de ejemplo nuestros recuerdos de niñez, si bien los analizamos entenderemos que con el paso de los años los hemos ido moldeando a mejor conveniencia y al final se parecen mucho a la realidad, pero esos recuerdos ahora ya no son totalmente fieles a la verdad. Esto lo menciono porque a partir de la verdad fiel de los datos en el acta, construiremos una historia acerca de Anacleta y Adrián, que será ficticia, pero que quizá algo tenga de verdad y nos servirá para analizar los  matrimonios religiosos en aquella época del siglo XIX; observaremos también los aspectos de la discriminación hacia la mujer y la moral social de entonces.

Tendremos pues, que ir con pausa y explicar nuestras mentiras y verdades bajo la lupa que nos acerque a la verdad histórica.

Lo primero que tenemos que justificar pues, es el uso de la mentira o la invención y un recurso muy socorrido es el de “lance la primera piedra” el que no haya mentido. Quizá una de las mejores herramientas que utiliza el ser humano es la mentira, la mentira nos ha servido para educar, para moralizar, para darle la vuelta a la ofensa. Hay mentiras blancas o inocentes, hay mentiras piadosas, mentiras para la diversión, hay mentiras a medias, mentiras trasparentes que dejan ver algo de la verdad, pero también mentiras negras, malvadas, mentiras basadas en el rumor, en la calumnia. Pero la mentira no es despersonalizada, la mentira es parte de la persona, obviamente de acuerdo al grado de maldad de la persona será el grado de maldad, o también el grado de inocencia, o de divertida o sarcástica de la mentira. Incluso hay personas que mienten siempre por educación y sin darse cuenta. Por ejemplo aquellas para las que todo es bonito si se les pregunta. ¿Qué le parece mi sobrino? ¿Qué tal este color de vestido? Siempre contestarán “precioso su sobrino y muy inteligente”, “muy bonito el color”. Aunque el niño esté feo y medio pazguato y el vestido sea color caca.

En fin, aquí contaremos una buena cantidad de mentiras intencionales, pero justificadas en su carácter educativo y explicativo. Con su perdón, pues, iniciamos.

Adríán Bueno, no conoció a su padre, había rumores de quién podría ser, pero él hacía tiempo que había cerrado oídos a ello. Luciana, que alguna vez había sido la luz de los ojos de su padre, o sea el abuelo de Adrián, según ella misma le había contado, después de que resultó embarazada, no la echó de la casa, porque de plano no tendría a donde ir, pero desde entonces pasó a ser como la sirvienta de la casa. Aunque su madre trataba de ayudarla, los hombres del hogar, incluso los menores que ella, la maltrataban y le daban labores a día y noche: que lavar la ropa de todos, moler el nixtamal, hacer las tortillas, la comida, el aseo, desgranar maíz para las gallinas alimentar a los puercos y si no la ponían a ordeñar la vaca es para que no se fuera a tomar la deliciosa leche recién salida de la ubre.

Quizá todo eso la fue enfermando y minando sus fuerzas. Creemos que Luciana murió relativamente joven, no sabemos fecha ni causas. A Adrián tampoco le iba bien, no se le daba el mismo trato que a sus primos y primas y también se le exigían tareas de mucha fatiga.

Estas primeras mentiras o ficción las explicamos en la moral de la época. Una mujer con hijos y sin marido no era bien vista, era una mujer caída en el pecado, y los padres  se sentían deshonrados y ofendidos en su honor. Muchas veces era motivo de matar o morir al causante de tal deshonra o ante él, si éste se negaba o no podía, por ser casado, reparar el daño causado mediante el matrimonio forzado.

La iglesia misma atizaba la discriminación  y odio, ante esta situación porque era la que dictaba el comportamiento moral. Igual de mal la pasaban los hijos sin padre. Bastardos se les llamaba y se les veía como inferiores e indignos.

Anacleta era una jovencita muy hermosa de abundante y ensortijada cabellera y grandes ojos muy vivos. Había bajado hacia el río escapando de casa sin que nadie la viera. Aprovechó que su padre Nepumoceno Luna, como todos los sábados por la tarde se iba a jugar a la baraja en compañía de varios amigos a casa de Liborio Andrade. Sus hermanos se habían ido a un baile que había en Cenderillas. Esperaba a Adrián sentada al pie de un sauz llorón de ramas que llegaban hasta el suelo y la cubrían de posibles mirones. Recordaba que hacía ya dos meses que Adrián Bueno había regresado de los rumbos de Parral en el estado de Chihuahua. Se había ido con unos de sus primos a trabajar allá arreglando caminos en los aserraderos. Estuvo por allá como dos años. Ella nunca le había puesto atención a Adrián, será que entonces era una niña, pero ahora que era toda una señorita de 15 años de edad. Estaba Adrián en la  esquina de la tiendita, platicando con otros muchachos, le pareció muy cambiado, guapo, elegante. Algo le cuchicheó uno de los amigos y el volteó a verla. Ella sintió que los colores le subían a la cara ante la intensidad de esa mirada y prácticamente huyó corriendo del lugar.

En las siguientes semanas Adrián anduvo rondando a la muchacha haciéndose el encontradizo, la veía y le sonreía y ella agachaba la cabeza. Un día convenció a una de las amigas de ella para que le entregara un recado, le decía que todas las tardes a las siete iba a ir al río ahí cerca de la casa de ella, que ojalá algún día la pudiera ver. Anacleta pasó la semana casi sin dormir, pensando en el sábado que era el día más probable que se pudiera escapar un rato. Podría acudir a la ayuda de alguna amiga para tener pretexto de salir, pero no quería involucrar a nadie. Tenía miedo porque Adrián era por lo menos diez años mayor que ella y no sería fácil que lo aceptara su familia como amigo y mucho menos como novio.

Ahora que esperaba ahí bajo el Sauz, ya se habían visto varias veces ahí mismo, bajo aquellas ramas. Adrián era tierno y le hablaba bonito, le describía la casa allá en Parral, donde vivirían luego que se casaran. Al principio los besos eran cohibidos, apenas si se rozaban los labios, pero al paso de los varios encuentros se fueron haciendo más ardientes hasta que pronto las fronteras de las faldas fueron rebasadas. Esta noche sería una despedida temporal, porque le había dicho Adrián que mañana domingo partiría rumbo a Parral a trabajar una temporada para juntar un dinero para casarse.

Pasaron los días, las semanas y pronto el cuerpo de Anacleta empezó a cambiar. Al principio no sabía que pasaba, pero la mirada escrutadora de su madre resolvió el misterio. “Con qué hombre estuviste. Más vale que me digas antes de que tu padre te lo saque a latigazos. ¿Fue el tal Adrián Bueno, verdad? A Anacleta no le quedó más remedio que aceptar. Los siguientes meses fueron un martirio para Anacleta, no sólo por su estado de embarazo, sino por los constantes regaños y advertencias.

Nepomuceno, tenía encargado a varias gentes que en cuanto supieran algo de Adrián le avisaran, por eso cuando Adrián apareció y fue advertido de que lo estaban esperando los Luna, no alcanzó a huir, afuera los esperaba Don Nepomuceno con la daga fajada al cinto. Adrían le dijo a Nepumoceno que tenía buenas intenciones y que no sabía del embarazo de Anacleta, que si no, hubiera venido antes.

Fue así como llegamos al punto en que iniciamos esta historia con la boda de Adrián y Anacleta. Ahora lo que nos resta es suplicar el perdón de nuestros lectores por tanta calumnia y mentira y tratar de explicar basados en los hechos, el porqué algo de razón pudiéramos tener en nuestra afirmación de que la Jovencita Anacleta de 16 años de edad, casó con Adrián Bueno ya en estado de gravidez o incluso probablemente con la criatura ya nacida. Si nos permite querido lector, querida lectora, en los siguientes renglones trataremos de explicar el porqué de nuestra afirmaciones y también les describiremos cómo eran las bodas de entonces, según las reglas de la iglesia católica.

Pero antes que nada ubicaremos a Anacleta en nuestro árbol genealógico. Como ya dijimos ella era hija de Nepomuceno Luna y Rafaela Chávez. Nepomuceno y Rafaela eran los padres de Cornelio Luna Chávez. Y quién era Cornelio, se preguntarán algunos. Pues nada más y nada menos que el que casó con María Chávez García y tuvieron como uno de sus hijos, el mayor si no me equivoco, a Quirino Luna Chávez al que algunos de nosotros reconocemos como nuestro abuelo. Entonces Anacleta era tía de nuestro abuelo, tía abuela de nuestros padres o madres.

Aclaraciones.

Hemos aventurado que Anacleta estaba embarazada antes de su matrimonio basados en datos que observamos en el acta del matrimonio. El primer dato es que se le da el trato de “señora” y no de “señorita como se acostumbraba. El siguiente dato es que se asienta que es “honesta”, cuando la costumbre era anotar que se es “célibe” y finalmente se establecía que los padrinos de la boda religiosa fuera un matrimonio y en el caso que nos ocupa, se trataba de padrinos varones todos.

Las bodas religiosas.

Como ya quedó claro por el acta de matrimonio, Adrián y Anacleta se casaron por la iglesia en el año de 1884. Hacía 25 años que se habían dictado las Leyes de Reforma  y más o menos a partir de 1861 se empezó a instituir el Registro Civil en todo el país, y en algunos lugares se tardó varios años más. Anterior a ello eran las parroquias las que llevaban el registro de todos los nacimientos, bodas y defunciones. A partir de instaurado el Registro Civil, las bodas debían ser civiles y opcionalmente, también religiosas. No hemos encontrado aún evidencias de que Anacleta y Adrián se hayan casado por lo civil.

Aquí en México, desde La Colonia hasta la época de la Reforma, las bodas eran Religiosas y se regían por los acuerdos del Concilio de Trento, en donde se establecía por ejemplo, la edad mínima de 12 años para la mujer y 16 para el varón. Se hacían las amonestaciones, que consistían en mencionar en tres misas de los domingos la próxima boda y si durante este tiempo no surgía algún motivo de impedimento, entonces se podía llevar a cabo el enlace. Había algunos impedimentos como la edad o el parentesco, sin embargo en este último la iglesia podía gestionar dispensas. Una de ella era “por estrechez” por la que se permitía que algunos familiares se casaran entre sí. “Estrechez se refería a que en algunas rancherías alejadas, había poca gente y era muy probable que quedaran en soltería, a menos que se matrimoniaran aun teniendo lazos de consanguineidad.

Para las mujeres en aquella época era especialmente injusto y hasta inhumano el asunto del matrimonio, no sólo porque debían subyugarse al marido, sino porque para muchas, especialmente las más humildes era muy difícil conseguir un marido que fuera a su satisfacción, porque tenían muchas cosas en contra. Por ejemplo la edad, ya que una mujer mayor de los 24 años de edad, hasta la misma iglesia otorgaba dispensas para que se casaran con parientes ya que de lo contrario se quedarían solteras y ni siquiera para vestir santos como se dice, porque al menos las que tenían cierta posición social, si no lograban casarse, se podían internar en algún convento, pero no aquellas de condición humilde. Las familias en las que los padres podían ofrecer dote para quien se casara con sus hijas, pues resultaba más fácil que obtuvieran la petición de mano. Se daban casos en los que se obtenían dispensa para que se casaran con familiares porque la solicitud decía que la mujer era fea y no podría formar una familia ni quedar protegida de otra manera.

El primer postor era más recurrente que el mejor postor ya que las jóvenes de la época tenían miedo de rechazar al primero que pidiera su mano, porque posiblemente no habría otro.

Aclaración final.

Esta aclaración la hacemos al final, cuando el escrito ya estaba hecho. Anacleta y Adrián vivieron tan felices como fue posible. La vida no es rosa, pero es vida finalmente. Ellos tuvieron varios hijos e hijas, al menos cinco. Perdieron a uno de ellos, llamado Pedro, siendo un niño, murió a causa de la diarrea. También encontramos que no calumniamos ni mentimos del todo, porque ya que uno de sus hijos que se llamó Tomás tiene como fecha de nacimiento el mismo año que Anacleta y Adrián se casaron y como se casaron en el mes de noviembre, concluímos que Tomás nació antes de la boda o en los días posteriores al casamiento. También nuestras investigaciones nos llevaron a saber que si Adrián y Anacleta se casaron a los 25 y 16 años de edad respectivamente, su hijo Tomás se casó a los 25 años de edad como su padre, con una chica llamada Luz Corral de 15 años. Con esto ponemos el punto final a la historia.


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2 comentarios en “Anacleta y Adrián”

  1. Lalo. Eres Genial. esta es una novela de la vida Real. mi
    Papá mencionaba al pariente Neponuseo (Cheo) ánimo
    Sigue narrando historias tan interesantes como esta. Me
    Pareció leer una revista que se llamaba Confidencias.

  2. El relato tiene tanto valor histórico como familiar, además de encauzarnos en la comprensión de por qué a los historiadores o a quienes realizan investigación en registros de este tipo les es relativamente sencillo, una vez ubican el contexto en el cual se desarrolla la historia, presentar narraciones que podrían ser interpretadas como “noveladas”, o “mentiras”, como nos dice este autor, pues ellos (los investigadores históricos), siempre atentos al detalle, pueden identificar los aspectos colaterales que se desprenden de un archivo histórico. Me gusta mucho cómo Gera nos adentra en esta historia, a partir del documento y nos sitúa en el contexto específico. Por otro lado nos permite identificar la difícil vida de las mujeres en la época, entre el prejuicio, la cultura familiar y la imposición religiosa. Relató que mucho disfruté por todos sus méritos Gera.

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