El ahorcado.

Por: Mario Luna Herrera

Ese año, mi abuelo Quirino y mi papá levantaron buena cosecha, fue un año que por suerte llovió bien y a tiempo. Ya habían pizcado el maíz y tenían la troje llena. También habían levantado sus buenos costales de frijol. Un día mi papá Octaviano le dijo al abuelo, que él quería vender su parte, porque necesitaba dinero. El abuelo le dijo que no era conveniente vender todavía porque no estaba bueno el precio. Mi papá seguramente sí estaba urgido de dinero porque con terquedad insistió en vender su parte, pero mi abuelo Quirino Luna no era una perita dulce y no se dejó convencer. Le dijo tajantemente que no y mi padre encorajinado le dijo –¿De plano no me deja vender mi parte papá? — y le contestó el padre –¡de plano no mijo! –Esta bueno, –le dijo Octaviano– Nomás no se vaya a arrepentir después– El abuelo le contestó –adió, ¿y de qué me habría de arrepentir? –pues de que me vaya yo a colgar del pescuezo en un árbol– le contestó Octaviano –y porqué te vas a ahorcar– le dijo el abuelo, –pues ya le dije, por su culpa, porque no me deja vender. -Pues cuélgate si quieres, a mí no me eches la culpa.

Se separaron haciendo cada uno su rabieta, pero dicen que mi abuelo no estuvo tranquilo, que ya en casa cada rato se asomaba a ver donde andaba mi papá y no lo perdió de vista en toda la tarde. Mi padre que era muy listo se dio cuenta de la situación, aunque para entonces el abuelo también ya estaba dando su brazo a torcer y ensilló un caballo para ir a Saltillo a negociar el precio del maíz, y en eso que se entretuvo en lo del caballo, Octaviano aprovechó el descuido e hizo efectiva su amenaza y se colgó de el álamo grande que estaba hacia el lado de abajo de la casa. En eso mi abuelo lo vio y se llevó tremendo susto, se montó en el caballo gritando con desesperación –!Muchacho Loco! A galope bajó hasta el álamo, mientras de la casa las mujeres salían asustadas.

Llegó y como en sus mejores tiempos, desmontó de un brinco para tratar de bajar a Octaviano que ya tenía la lengua de fuera. Fue entonces que notó que si estaba colgado, pero no precisamente del cuello. Al abuelo se le desvaneció el susto que traía, pero lo malo fue el enojo que entonces sintió, descolgó la cuarta de los tientos de la montura y en las nalgas le dio sus cuartazos al indefenso colgado, que desesperado gritaba:

¡A los ahorcados no se les pega!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *