Los perros de octaviano.

Por: Griselda Luna Herrera

“Barbas de hule”, Brinca sierras”, “Salta pa atrás”. La fama siempre acompañó a los perros de mi padre Octaviano Luna, porque él se encargaba de inventar extraordinarias hazañas de sus canes. Decía, por decir un ejemplo, cuándo le preguntaban que por qué tenía un perro tan feo como el “Brinca sierras”, que ese perro antes se llamaba Firulais, pero desde que en una ocasión cruzó toda la sierra, para ir a traer ayuda, ya que a él lo había atacado un oso que lo hubiera devorado si el perro no lo defendiera, como lo hizo, en tanto él lograba trepar en una enorme roca. Luego el perro se fue, y así permanecieron por un día y medio. El oso esperando a que él bajara y Octaviano terco a no bajar, hasta que volvió el perro, (que desde entonces se llamó Brinca Sierras), con ayuda y mataron al oso. Cuando alguien le preguntaba –y si usted pudo trepar a la peña esa, por qué el oso no pudo–, y él contestaba entre carcajadas –es que se resbalaba.

Pero no todos los perros de mi padre eran feos, dicen que antes tenía un perro muy bonito, pinto y muy inteligente. Un amigo de mi padre que se llamaba o se llama Antonio y que vivía o vive en los Lirios, un poblado, no muy retirado a El Retiro, siempre que lo veía le pedía a mi papá que se lo vendiera, porque había quedado prendado de la gracia del animal. Pero nunca logró convencer a mi padre.

Pasado el tiempo, el perro de pronto enfermó y murió, no de viejo, sino así ágil y bonito como era. Octaviano, le quitó la piel y la colgó extendida en un árbol a secar, en casa le preguntaban que qué iba a hacer con esa piel y él contestaba, –No sé, a lo mejor me mando hacer un cinto y unas botas. Casualmente, el día anterior, había matado un venado y había para comer un delicioso guiso con chile colorado, también casualmente llegó a visitarlo el amigo Antonio, quién al ver el cuero y enterarse de la muerte del perro, se sintió muy afligido. Pero el hambre es canija y más el que la aguanta, reza el dicho, así que olvidando su pena, aceptó la invitación a comer.

Ya en la sobremesa, después de haber disfrutado del exquisito platillo de venado en chile colorado, le dice Antonio. –¡ah que Tolano, así que le quitaste el cuero al Pinto!– para luego preguntar –¿y qué hiciste con el cuerpo? Le contesta mi papá, –Cómo que qué hice, pues nos lo comimos ¿a poco no estaba sabroso?

Aquel pobre hombre volvió el estómago, pero con ganas, creo que hasta lo que había comido el día anterior, ahí quedó, mientras Octaviano reía a carcajadas, pero cuando vio que Antonio no se componía e insistía en volver el estómago al que ya no le quedaba nada, lo llevó a mostrarle los restos donde había “destasado” al venado y hasta la mismísima tumba del pinto lo llevó.

¡Ah como le costó a mi padre volver a recuperar la confianza y amistad de aquel hombre de los Lirios!

Y quién sabe si lo lograría.

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