Esa mujer es mi heroína

Por Luis Quirino Luna Vargas

Me encontraba yo escribiendo algo sobre Carmelita, cuando apareció en este proyecto de Notas de Familia, el escrito sobre ella por parte de mi sobrino Ricardo, que me pareció un gesto excelente de su parte. Leí también todos los comentarios que de ella hacen sobrinos, hijos y nietos y me di cuenta que me habían quitado la palabra de la boca. reescribí un poco mi escrito y esperando no ser repetitivo quedó así:

En términos generales, creo yo, nuestra familia ha sido unida, honesta y feliz. Claro que no hemos vivido un cuento de hadas, pasamos también por momentos muy difíciles. La vida misma es así. Perder un hijo o perder un esposo son duras pruebas por las que han pasado mis hermanos y hermanas, pero hoy quiero referirme a Carmelita, por la dura circunstancia por la que atravesó al perder a su esposo, sin tener algo que le permitiera subsistir de alguna manera, no tenía una casa o alguna propiedad. Quedó pues, en completa miseria. Gracias a Dios, hemos sido, como ya mencioné, familias unidas, que en la medida de lo posible tratamos de ayudar, pero las circunstancias de cada quién, quizá, no permitieron que le brindáramos la ayuda suficiente para que no pasara por todas las penalidades que tuvo que pasar.

Repito y sin ánimo de que nadie se ofenda, la ayuda que le brindamos, las dos familias de las que sus hijos descienden, fue insuficiente en su tiempo, reconociendo que todos teníamos circunstancias adversas ya que las oportunidades eran pocas y todo mundo con dificultades sacaba adelante a su propia familia. Ella reconoce el techo y el cuidado de sus hijos, pero eso no le quitaba la necesidad de luchar por la subsistencia. Mi hermana además siempre ha sido una mujer tan orgullosa, que de ninguna manera se habría quedado sentada esperando a ver quién le ayudaba con toda la carga de su familia.

Sólo la vida le había dado unas pocas de herramientas con las que habría de empezar a luchar. Por un lado, en nuestras costumbres familiares prevalecía la idea de que la familia era lo primero, por otra parte, algo había aprendido de nuestra madre para hacer costuras y su marido Alfredo le había regalado una máquina de coser que se convirtió en su primera herramienta de trabajo. Pronto se fue toda una profesional de la costura, consiguió un catálogo de tienda gringa, donde venían muchos modelos de ropa y de ahí escogían sus clientes, principalmente mujeres y niños, el modelo que querían estrenar.

Pedaleó su máquina de coser lo mismo de día que de noche, pero se dio cuenta que estaba afectando su vista y sus fuerzas para ganar unos cuantos pesos. Fue entonces que decidió dar un cambio drástico a la industria del vestido, arregló pasaporte y se fue a comprar ropa ya hecha en El Paso Texas, para venderla en abonos en Santa Bárbara Chihuahua, que es donde vivía. así con entusiasmo estuvo haciendo viajes para traer ropa, pero la clientela era mala para pagar y sus hijos buenos para comer, por lo que poco a poco se fue quedando sin capital que invertir.

Sólo imaginen ustedes su desesperación, ahora qué seguía, qué tenía que hacer para sostener su familia. Santa Bárbara y Parral, no ofrecían ninguna opción de empleo para una mujer como ella. No había otra que seguir en la lucha, por lo que, con todo el dolor de su corazón, dejó a sus hijos lo mejor instalados que pudo y se fue en busca de trabajo a los Estados Unidos. Yo la acompañé, pretendíamos llegar a los Ángeles California, porque yo ya había estado allá. Logramos cruzar la frontera y cuando ya estábamos cómodamente instalados en un camión grayhound y casi por salir, llegó “la migra” y nos bajó. Por suerte ya en las oficinas de la migra, el agente me preguntó que de donde era y yo por decir un lugar más o menos conocido, le dije que era de Parral, pues resultó que él estaba casado con una señora de apellido Baca, también de Parral y agarramos la plática sabrosa. nos trató muy bien y nos encaminó hasta la línea divisoria en el puente fronterizo y se despidió diciendo, acá los esperamos en los Estados Unidos, pero vengan por la vía legal.

Ella volvió a pasar justamente como le dijo el oficial, por la vía legal, como tenía pasaporte, pidió permiso para ir a Santa Paula California, donde vivía su cuñado Pancho y a mí no me quedó más remedio que decirle adiós y darle consejos de qué tenía que hacer para que no se extraviara en aquellas ciudades tan grandes. Logró llegar y con el corazón apretujado trabajó para sus hijos que para entonces estaban un poco desperdigados. A Myrna, Alfredo y Poncho, se los llevaron sus abuelos Don José y Doña Chole a la ciudad de Chihuahua; Yolanda vivía en Parral con mi hermana Chenta mientras estudiaba, Lalo y Judith, se quedaron estudiando la secundaria en Santa Bárbara, vivían solos, pero Wilivaldo y Lilia Corral eran sus vecinos y cuidaban de ellos.

Hoy en día, sus hijos todos trabajan en el sistema educativo de su ciudad y viven alrededor de su madre y al pendiente de ella, con excepción de Alfredo que, aunque tiene su profesión de Ingeniero Zootecnista, decidió venir a probar suerte a Las Vegas Nv., y se quedó a radicar y le ha ido muy bien. Aunque lejos, Alfredo siempre ve por su madre y le trata de que viva con comodidad.

Por todo lo que renglones arriba les narro, aunque sé que me quedo corto, se darán cuenta la clase de mujer que es mi hermana, ella es mi heroína en la vida. La quiero mucho y ella lo sabe.

Quiero hacer una reflexión de mi propio escrito. Que pocas palabras se necesitan para narrar parte de una vida, pero cuántas cosas se quedan sin decir, porque sólo ella sabe cuántas lágrimas, cuánto miedo, cuánta soledad…

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