Verano valiente

Por: Carmen Luna Vargas

Nos dormimos con la tranquilidad con que por aquellos años se vivía en el Retiro, aquel hermoso ranchito de nuestros padres. Antes, las tres jovencitas que entonces éramos, Lupe, Licha yo, habíamos estado platicando historias de aparecidos, pero el cansancio nos venció y finalmente nos quedamos dormidas. Para entonces, Isabel, mi hermano, ya se había casado y vivía en una parte de la casa y Catalino, también casado vivía muy cerca de ahí. Esa noche oscura, no había hombres en la casa, no recuerdo por qué, creo que mis hermanos habían ido a la sierra a traer unos caballos y nuestros padres también salieron fuera por unos días. El caso es que, nos encontrábamos solas en el rancho, mis hermanas, mi cuñada Gila, yo y un poco más retirado, también estaba Laurencia la esposa de Catalino.

De pronto llegó Gila a despertarnos, diciendo que había escuchado que una persona intentaba abrir la galera, que servía de troje y almacén de monturas y enseres de labranza. Nos dijo que clarito escuchó cuando jaloneaban el candado tratando de abrirlo y luego el intruso seguramente la oyó levantarse, por lo que saltó una barda para esconderse. Mi hermana Licha fue y sacó un rifle máuser que guardaba mi papá mientras decía verán que susto le voy a meter. Montó cartucho en tanto, escuchamos al intruso correr, ella apuntó por la ventana hacia el rumbo que él o ella se fue y disparó, montó otro cartucho y disparó de nuevo. Lupe y yo sorprendidas por su valentía la escuchamos pedirle a Gila unos pantalones y camisa de mi hermano Isabel, para ir a ver que el maleante no se fuera a robar unos marranos que tenía Catalino engordando. Se puso la ropa, se plantó un sombrero y armada con el máuser se fue a ver que en la casa de Catalino todo estuviera bien.

Al siguiente día, que llegaron Catalino e Isabel, no podían creer lo que pasó, buscaron huellas y ciertamente encontraron unas que se dirigían rumbo al Venadito, otro ranchito cercano. A los tres días llegaron nuestros padres y nos encontraron aún un poco asustadas por lo que pasó y Licha había caído en cama con mucha fiebre. Inmediatamente la llevaron a Parral para que la atendiera un médico, porque además de la fiebre, tenía unas ampollas en la espalda. El doctor les dijo que qué bueno que la habían llevado, porque seguramente le picó una araña muy ponzoñosa y que lo bueno es que la mayor parte del veneno se había quedado en las ampollas.

Licha, no sólo fue valiente aquél verano, ha sido valiente toda su vida.

La valentía no se limita a la batalla o pelea, las verdaderas pruebas de valor son mucho más profundas y calladas, son pruebas íntimas, como ser leales y fieles cuando nadie nos observa, soportar el dolor en la habitación vacía. Valentía es quedarse solas y que nadie te comprenda realmente.

Lo digo yo por experiencia propia. ¡Te quiero mucho hermana!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *