La plata.

Por: Gerardo Corral Luna

Era un trozo de plata, de forma irregular, no recuerdo muy bien, pero quizá pesaba tanto como un puñado de diez o doce monedas de las actuales de diez pesos. Lo traje por algún tiempo en el bolsillo, después lo puse entre mis cosas de la escuela y luego anduvo rodando por la casa como un objeto cualquiera de cierto o incierto valor, finalmente, pasados los años ya no supe más del trozo de plata, cosa que hoy lamento enormemente. Ese trozo de plata tiene hoy en mi recuerdo , más que un valor sentimental, un valor didáctico que en su momento no entendí.

Por aquellos años asistía a la escuela secundaria y el dinero en casa escaseaba, pero quién necesita dinero, en realidad a esa edad, lo que uno necesita es buena o al menos regular calidad en el comer, vestir, dormir y diversión, entonces para no dar la impresión de pobreza, diré que tenía todo eso, pero de manera muy escasa, quizá en lo que me iba un poco mejor era en lo de dormir. Mi abuelo José andaba por los 74 ó 75 años de edad, era un hombre muy cariñoso con nosotros sus nietos, al menos mientras no representaras, con tus juegos algún peligro para sus pies, de los que tanto sufría porque los tenía llenos de callos y dolencias reumáticas. De mi querido abuelo espero tener oportunidad de extenderme más en algún otro escrito ya que de él guardo especiales recuerdos. Cuando alguien te quiere de la manera como yo sentía que mi abuelo me amaba, eso se queda para siempre en tu memoria y el amor que me profesó mi abuelo José fue de esos de los que nunca se van

Pero regresemos al tema central del escrito —el trozo de plata—. Mi abuelo tampoco contaba con recursos y con dificultad aseguraba sus cigarros “Faros” que por aquella época eran su único recreo. A Don José le gustaba mucho platicar, por lo que entablaba conversación con cuanto cristiano se le ponía de modo, después de su característico saludo: “caballero, sin novedad”. Bueno, pero volvamos al trozo de plata, que parece que tengo más afán en hablar de mi abuelo que de la plata. Un buen día Don José me dio un trozo de ese metal diciendo, “tenga mijo, para que lo venda y compre lo que necesite. Cuando lo venda a mí sólo me trae una cajetilla de cigarros”.

Aquí podría dejar por terminado el escrito, porque el resto ya lo conté: el trozo de plata nunca lo vendí, anduvo rodando por la casa hasta que finalmente se perdió.

Lo bueno de la historia familiar es que nunca termina y es posible revivir y recrear los sucesos para entenderlos mejor,  por eso el asunto del trozo de plata sigue tan vigente como aquél día que a mis 14 ó 15 años mi abuelo me lo dio para que lo vendiera

Transcurrido el tiempo he pensado muchas veces en el trozo de plata y su mensaje y como soy lento para entender, pasados algunos años, primero pensé que mi abuelo ante su propia falta de recursos y sus ganas de ayudarme en algo, me dio la plata para que yo me hiciera de algún dinero y así poder invitar a una chica al cine o comprarme unos zapatos más decentes que los agujerados que traía. Pasaron más años, contraje matrimonio, mi hija y mis dos hijos, a la vez crecieron, ya soy abuelo de dos hermosas niñas y el varoncito parece que ya viene en camino. En ese tiempo he reflexionado varias veces en el trozo de plata y he sacado diferentes conclusiones. La que más apunta a ser cierta es que el trozo de plata era material didáctico o de enseñanza, basado en que mi abuelo no necesitaba para nada que yo vendiera la plata, él tenía muchos amigos y conocidos que podían comprársela directamente, conocía al de la tiendita, al zapatero, al carnicero, a los vecinos y hasta a los que pasaban diariamente por la calle rumbo al trabajo. Cualquiera de ellos le pudo comprar la plata directamente, sin intermediarios.

Hoy entiendo que el metal aquél era una pequeña puerta para que yo me aventurara al mundo de los negocios, que hiciera algo por mí mismo. No tenía nada que darme, pero aquel trozo de plata debería ser el primer eslabón de una carrera dedicada al comercio o a la búsqueda de más plata. No atendí la enseñanza en su momento, ni en ningún otro y hasta la fecha el comercio no se me da para nada, por lo que hoy sólo con experiencia lo trasmito a mis hijos y a los jóvenes de la familia, resumido en una frase “te lo digo Juan para que lo entiendas Pedro”. Tengan en cuenta hijos (todos los que sean menores que yo en la familia), que cuando los mayores les pedimos algo que hagan por nosotros, la mayoría de las veces es para darles una oportunidad de aprendizaje o de tranquilidad futura, “haz esto por mi para que al cabo del tiempo puedas decir —qué bueno que hice aquello por el viejo— y no que después lo lamentes”. Son muchas cosas las que nosotros podemos hacer sin su ayuda, pero el verdadero mensaje está oculto. Encuéntrenlo a tiempo. Mi abuelo ya no vive, así que sólo me resta enviarle una disculpa allá hasta lo infinito y más allá si fuere necesario.

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