La tía Eduwiges

Por: Gerardo Corral Luna

A la tía Eduwiges, la conocí poco, ni siquiera sé bien cómo se escribe su nombre porque ella pronunciaba Iduvijes, pero a mí me gusta más escribirlo así “Eduwiges”. Ese día, en que la conocí, habíamos salido todos de la casa porque alguien, no recuerdo quién, como presintiendo la llegada de la tía, había dicho que saliéramos a ver si venía alguien en el camión que a esa hora pasaba con rumbo a Santa Bárbara. A decir verdad, hay muchas cosas que no recuerdo bien, no sé si ya era el camión el que trasportaba gente de Santa Bárbara a los ranchos aquellos o era el transporte anterior al que llamaban “la lechera”. Tampoco recuerdo si nosotros ya éramos seis hermanos o en ese entonces seríamos cuatro o cinco. Lo cierto es los que salimos a ver si alguien llegaba, éramos los cuatro, cinco o seis hermanos, mi mamá Carmelita Luna, mis abuelos “mamá Fina” y “papá Quirino” y me parece que la tía Chila.

Allá a lo lejos, porque el “Camino Real”, por dónde pasa el camión o pasaba, queda muy lejos de la casa, para que se den una idea, si el río queda lejos, pues el mentado “Camino Real” queda más lejos, vimos venir a una mujer cargando una maleta. Apena si se distinguía y empezaron las especulaciones –¿Quién será? – Pos sabrá Dios. –Yo no la reconozco. –Yo tampoco. En tanto la misteriosa mujer con paso firme y grandes zancadas se acercaba. En eso el abuelo dijo –ah ya sé quién es– en tanto hacía un gesto de fastidio con el brazo. No respondió a las preguntas de quién se trataba y hubimos de esperar a la llegada de la misteriosa mujer.

Nosotros habíamos llegado un día antes en el mismo transporte que ahora pasaba de regreso trayendo a esa misteriosa mujer. Era una persona que, aunque caminaba encorvada, se sentía que era fuerte, una pañoleta le cubría la cabeza y quizá era un poco enfermiza, porque con la mano libre (por supuesto me refiero a la que no cargaba la maleta), y la punta de la pañoleta, se cubría desde la nariz hasta la barbilla, esto es, sólo veíamos la mitad de su cara. Vestía toda de negro, con un vestido que era un poco más corto del que el que acostumbrábamos a ver en personas como ella. Era morena y muy grande, recuerdo sus manotas. También recuerdo que en lugar de unos zapatos de mujer usaba huaraches de llanta.

Llegó ante nosotros, hizo un saludo general a los adultos y encorvada como caminaba se dirigió a nosotros –Tú debes ser Yoly—le dijo a mi hermana. –Yo soy su tía Iduvijes. Como ya les comenté ella así pronunciaba su nombre, creo yo con un acento “gringo”. Su voz era extraña. Luego continuó diciendo –Yo los quiero mucho y ustedes me deben de querer porque soy su tía. Adórenme la mano niños. Y todos tuvimos que besarle la mano. Entramos todos a la casa y ya no volvimos a saber de la tía Eduwiges, la vida continuó como si nada, aunque se notaban todos los adultos divertidos. Para entonces ya había aparecidos el tío Octaviano que no veíamos desde el día anterior que nos había acompañado a buscar huevos de Chirriscuis.

Con el tiempo yo fui atando cabos. Aún recuerdo que el abuelo de pronto soltaba la carcajada y decía –¡Que cabrón, mira que vestirse de mujer, que juicio de cabrón! Todos reían entonces y el tío Octaviano con más ganas que nadie. Poco a poco fui cayendo en cuenta que aquella misteriosa tía que desapareció misteriosamente y que si preguntábamos por ella sólo nos decían –ya se fue. Esa misteriosa mujer, ahora estoy casi seguro que era el tío Octaviano caracterizado. Si alguien sabe de la tía Eduwiges o como se escriba, que me saque de la duda.

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