La Vida y la muerte van por las mismas veredas.

Por: Gerardo Corral Luna.

Él era un campesino, no sabía muchas cosas, pero constantemente en su vida había visto cosas extrañas que sucedían en su entorno, por ejemplo, el enojo de los curas con el gobierno y como los incitaban a repudiarlo. Cuando Francisco Vargas tenía 17 años de edad, causó gran revuelo saber que el presidente de México era un hombre de pueblo, de piel morena llamado Benito Juárez. Se sabía que nuevas leyes causaban las luchas armadas que recorrían el país. A la fecha, 4 de octubre de 1871, ya había cumplido sus 30 años y aunque Don Benito siguió siendo presidente por mucho tiempo, él no entendía por qué después hubo varios presidentes más e incluso un emperador extranjero llamado Maximiliano que fue fusilado hacía unos 4 años. Ahora que se encaminaba a la cabecera municipal en Monte Escobedo Zacatecas, ya había cumplido los treinta años de edad e iba a registrar a su pequeño y rubio bebé al que pondría por nombre Agapito. En casa se había quedado su hermosa esposa Matiana, cinco años menor que él, al cuidado del pequeño Agapito que nació al caer la noche del día veinte del mes anterior. La familia vivía en una comunidad relativamente cercana, llamada Estancia de García. Llegó a casa del encargado del Registro Civil aún oscura la mañana y espero hasta las ocho para tocar a la puerta.

Veintisiete años después, un hombre rubio de intensos ojos azules, caminaba por la vereda polvorienta que lleva de la pequeña comunidad llamada El Sauz Tostado, a la cabecera municipal en Colotlán, Jalisco, en aquella mañana del cuatro de agosto de 1898. Como aquel hombre que casi 30 años antes se dirigía a registrar el nacimiento de él, a Monte Escobedo Zacatecas, ahora él se dirigía a registrar la muerte de aquel otro que era su padre. Por aquellos tiempos se vivía un tiempo de aparente calma, no había luchas armadas y se notaba el progreso de México, aunque para ellos, los campesinos pobres el mundo era igual, nada cambiaba. Ya había sepultado a su padre Francisco. Su padre había ido perdiendo las fuerzas cuando aún no cumplía ni los sesenta años. Quizá había perdido las ganas de vivir desde que murió su querida esposa Matiana, madre de Agapito, por eso cuando él, le explicó a Don Adolfo Moreno, quien era el presidente municipal y encargado del Registro Civil, la forma cómo murió su padre, este puso en él acta que murió de” marasmo o decrepitud”.

Agapito le embargaba la tristeza, su padre había muerto en la madrugada del día anterior y había venido a opacar la dicha que por aquellas fechas sentía; hacía medio año se había casado con María Luisa Sánchez y vivían juntos muy felices. Pero ni modo, la vida tendría que seguir y ahora que sus padres habían fallecido, tal vez era tiempo de buscar nuevos horizontes, quizá en otras tierras. Aún pasarían cinco o seis años antes de poder salir de Él Sauz Tostado, había deudas y compromisos que se acumulaban, en tanto sus dos primeras hijas Delfina y Lidia, nacerían ahí, porque así es la vida y así es la muerte.

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